Un lugar donde pensar

Un lugar donde pensar
La habitación de van Gogh (Vincent van Gogh)

9/3/10

El placer de Arturo

Ese día encontrabame caminado observando el paisaje que el sol mañanero me permitía observar, era algo fuerte, pero pensé que no debería de molestarme ya que estaba acostumbrado a que esta esfera candente, presente cada mañana en la cantina, iluminara mi rostro. Pero a pesar de todo, me parecía deshabituado a este sol, se mostraba distinto, más deslumbrador de lo esperado por mi frente que chorreaba de sudor. Yo continuaba andando, ya cerca del antiguo faro, por el acantilado. Pero el día se me había presentado un tanto extraño, el paseo se me había hecho eterno, tedioso y aburrido; no sé si se debía a ese circulo brillante clavado en el cielo que estaba calentando mi cabeza, pero el caso es que tenía un mal presentimiento, como si una fuerza superior me estuviera advirtiendo de algo.

Perecía medio día cundo finalmente llegué al faro, rápidamente y sin pensarlo busqué una sombra para que el calor procedente del sol no me deshidratara, verdaderamente los rayos iluminaban mi cuerpo con una gran intensidad; mi boca estaba seca y pastosa, la comisura de mis labios se encontraba pegajosa, casi no podía abrirla y el sudor me tenía empapada la camiseta donde ya apenas se podia distinguir su color original debido a las manchas de sudor que se encontraba en ella. Rápidamente me dispuse a buscar un sitio donde sentarme y contemplar el bello mar que esa mañana brillaba más que nunca, estaba especialmente esplendido. Tanteé algunas rocas, pero finalmente encontré el sitio perfecto, en ese momento estaba verdaderamente sereno, incluso sopló un poco de viento que aireó mi pelo sudoroso; por un instante la paz me poseyó, se hizo mía, todo estaba en silencio y yo solo pensaba en retener este momento pocas veces presente en mi vida, la calma se me había representado por primera vez a través de la naturaleza, de repente un sonido estruendoso interrumpió mi tranquilidad, había sido un sonido pesado pero efímero, parecía un disparo. Pero ¿de dónde venía?, un segundo disparo volvió a sonar, dejándome deducir que éstos venían de dentro de ese antiguo faro.

Ahora era el miedo el que se había adentrado en mi. Me acerqué a la puerta del faro, estaba pintada de color rojo aunque se encontraba un tanto desgastada por el paso del tiempo. Empujé la puerta encajada abriéndola de un solo golpe, pero eso hizo que no pudiera observar bien ya que el sol interrumpió mi visión, me cegó completamente, la luz entraba por una pequeña ventana situada frente la puerta; poco a poco fui recuperando la vista, debido a mi ansiedad por encontrar algo que me indicara lo que había sucedido. No parecía que allí viviera nadie, mi mirada tanteó la habitación hasta que encontré lo que buscaba, nos manchas negras al fondo de la habitación. En ese momento ajuste mi vista para ver algo mejor, era un hombre arrodillado en el fondo de la habitación ensangrentado por todas partes y unos metros delante suya, en el suelo, una niña sobre un enorme charco de sangre. El hombre no parecía tener ninguna herida, aunque su rostro me inspiraba dolor, quizás una herida más profunda; y la niña que debía rondar los siete años estaba muerta.

Así, bajo el silencio de la muerte, el hombre mostró la pistola y la tiro hacía mí deslizándose unos metros y dejando tras ella un camino de sangre. Tras eso el hombre me miro a los ojos fijamente, era la cara de un hombre asustado, confesando que él había sido el asesino de la muchacha, produciendo estas palabras en él un gran malestar reflejado en su cara.

Por el momento sentí un gran dolor, como si me hubieran atravesado con una enorme estaca y a su vez la hubieran retorcido una vez dentro de mi corazón, era un dolor horrible, impronunciable. Por un instante note como la sangre corría por mis venas, ¡estaba vivo! Entonces cogí la pistola y disparé contra ese hombre, bala a bala, lentamente y sin dejar ninguna, ví como impactaban en el cuerpo de ese pobre hombre, desgraciado, incapaz de asumir esa acción. En ese instante me di cuenta de lo que había hecho, mi euforia no me dejó reflexionar y con esto no puede hacer otro cosa nada más que correr para marcharme de ese lugar y mientras corría, pensaba en el placer que me había producido matar.

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