Un lugar donde pensar

Un lugar donde pensar
La habitación de van Gogh (Vincent van Gogh)

6/7/10

la ciega amistad

Llevaba varios días encerrado en su cuarto, sin salir. No quería nada con nadie, y si ya era un chico un tanto callado y tímido, ahora de su boca no podía sacar ni una sola palabra. El mundo para él se reducía a estar encerrado en su habitación leyendo libros sin parar, ninguna actividad estaba en su lista de tareas tan solo devorar y devorar libros de Shakespeare, O. Wilde, etc e incluso se atrevía con el ensayo filosófico, un ser que aparentemente no parecía tener estudios. Yo no comprendía como podía estar tanto tiempo sumergido en el mundo de los libros, yo apenas había leído un par en mi vida. En cambio él parecía nutrirse con esos libros, parecían su alimento, lo que le sustentaba, lo único que le sostenía en este mundo lleno de sufrimiento.

Con esta situación, decidí ayudarle por el simple hecho de que debía al menos tener una vida social donde pudiera relacionarse y hacer amigos, pero cada vez que salíamos se paraba delante de las tiendas de libros a mirarlos desde el escaparate, la gente nos miraba por el barrio como si estuviéramos locos, imaginaos él parado en el escaparate y yo tirando de su cabeza. Esto resultaba ya un tanto enfermizo y a mí, sinceramente, me preocupaba bastante era mi amigo y no quería perderlo, debía de olvidarse por un tiempo de los libros.

Mi única solución tras una semana de deliberación fue llevarlo al médico a ver si podía poner solución a esta situación. A las ocho y media de la mañana me planté en la consulta del médico, ambos íbamos trajeados para causar una buena impresión al doctor. Pero nada más entrar por la puerta de la consulta y sin que yo dijera nada, el doctor me pregunto: ¿qué hace usted aquí? Yo simplemente dije: vengo a la consulta. Todo esto me parecía muy extraño porque ¿a qué venía esa pregunta? ¿Acaso conocía al doctor? No lo parecía. Tras mi respuesta el doctor me miro con cara un tanto asustada, conocía ese tipo de expresión, porque era exactamente la misma que ponían los vecinos de nuestro barrio. Así detenidamente, y obviando la expresión del médico, le conté el problema de mi amigo. Al acabar un silencio incomodo se apoderó de la habitación, yo no sabía qué hacer, me esperaba lo peor, pero ante todo lo que más me incomodaba era el silencio; así que le dije al doctor que dijera algo, a lo que este respondió con: ¿todo eso es cierto? Yo no sabía que responder, estaba muy nervioso, el médico me miraba con cara desalentadora, pero finalmente un tímido sí salió de mi boca. El médico agitaba la cabeza de un lado a otro, nada bueno podía esperar, así mi pregunta: ¿es grave doctor? A lo que él respondió: muy grave, ¿no se da cuenta que el que dice ser su amigo es una cabra? En ese mismo instante reflexioné y recordé todo lo que había pasado con los libros, miré a mi izquierda, y sí, me di cuenta que mi amigo era una cabra, ahora lo entendía todo.

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